Fue más o menos en 1988 que me encontré un libro de Lázaro Blanco que no sabía que iba a influenciar mi vida. No fue de esas influencias que van creciendo poco a poco, como los libros a los que uno vuelve una y otra vez. Fue más bien una de esas revelaciones contundentes que sólo necesitan suceder una vez y que mandan ondas de choque en todas direcciones durante mucho tiempo.
A esa edad la verdad es que no había adquirido ningún gusto especial por la fotografía, más que esa fascinación difusa tan común entre los que tenemos alguna inquietud artística. No recuerdo si para ese tiempo yo ya había comprado un cuarto oscuro, pero muy posiblemente sí, y seguramente todavía estaría asombrado por la manera en que aparecen las imágenes en el papel fotográfico. No más que eso.
Lo que pasó cuando vi aquel libro es que fui testigo de lo que nunca le había visto hacer a la fotografía: convertir en bello lo que no tenía ningún modo de serlo. Eso por sí mismo ya era suficientemente inquietante, pero más extraño que la experiencia de belleza inusitada, era este otro sentimiento aún más incisivo de querer entender con urgencia cómo es que lo había logrado. Y así era como veía aquellas fotos, las auscultaba más que contemplarlas, tratando de descubrir en lo evidente algún mecanismo secreto. La verdad es que no pude entender mucho. De esa experiencia recuerdo la fascinación y la frustración, y quizá fue ésta última la que me lanzó con mucha más convicción a hacer fotografía. Yo creo que comprendí que, a falta de entendimiento, la única manera de poseer aquel conocimiento era replicándolo.
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Como me olvide de Lázaro Blanco
En Luna Córnea 33. Viajes al Centro de la Imagen I (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart, 2011). De venta en librerías Educal http://www.educal.com.mx