Por Jesús Pacheco
Michael Kenna nació y creció en lo que él mismo describe como una familia de clase obrera de Widnes, una ciudad industrial cercana a Liverpool. Cuando era pequeño, aunque tenía seis hermanos, era bastante solitario.
Ocupaba sus días en la creación de sus propias aventuras, que luego actuaba en calles y parques. Le gustaba vagar por estaciones de tren y fábricas, por campos de rugby, orillas de los canales, iglesias vacías y panteones, sitios todos ellos que luego encontraría interesantes para fotografiar. “Aunque no usara una cámara en aquella época, sospecho que ese periodo fue todavía más influyente en mi visión que el tiempo que luego pasé en escuelas de arte y de fotografía”, confiesa en entrevista.
Durante esos primeros años, fue monaguillo y le encantaba ser parte de los rituales de la Iglesia católica, asistiendo al sacerdote en bautizos, funerales, bodas y misas en latín. Incluso, cuando tenía casi 11 años, estudió en un seminario, con miras a convertirse en sacerdote. “Hubo ciertos aspectos de esa formación religiosa que me parece que influyeron fuertemente en mi trabajo: la disciplina, el silencio, la meditación y un sentido de algo que puede no ser visto, pero estar presente.
“En retrospectiva, la educación fue excelente, pero la orientación vocacional no fue muy fuerte. Afortunadamente, resulté bueno dibujando y pintando, así que, siguiendo mis intereses, fui a estudiar en la Banbury School of Art de Oxfordshire. Ahí fue realmente donde descubrí la fotografía”
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