En la orilla derecha del caudaloso río Obi, dentro de un bosque de coníferas y abedules que parece no tener fin, se halla Akademgorodok, la Ciudad Académica -en traducción literal- que los soviéticos quisieron exhibir ante el mundo como el estandarte de su producción científica en plena Guerra Fría. Hoy, la joya de la ciencia rusa se parece más a una reliquia, un pálido reflejo del antiguo esplendor que ha retratado con su cámara el fotógrafo mexicano Pablo Ortiz Monasterio.
Las imágenes conforman un volumen de gran formato que publica la editorial también mexicana RM cuyo texto firma el escritor y ensayista cubano José Manuel Prieto bajo el título Luz atómica. Ortiz Monasterio pudo realizar el trabajo en el verano de 2013 gracias a una invitación cursada a propósito de una reunión del G20.
Las fotografías sacan a la luz, «aparte de la paleta psicodélica tan setentera», escribe Prieto, «la precariedad de las instalaciones, lo espartano de las condiciones en que viven y trabajan» los científicos que siguen trabajando en la ciudad construida a las afueras de Novosibirsk, en Siberia.
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