Por Merry Macmasters
La fotografía me ha salvado la vida dos veces, expresa Rodrigo Moya (1934). Desertor de la carrera de ingeniero petrolero –no pude con las matemáticas–, por fortuna el joven de 20 años conoció al gran fotógrafo colombiano Guillermo Angulo, en un paso fugaz por México, quien en un solo día le enseñó los principios de la fotografía, de la que me enamoré para siempre y lo salvó del abismo.
Activo como fotorreportero de 1956 a 1968, Moya estuvo alejado de ese oficio más de tres décadas. Sin embargo, la fotografía lo volvió a salvar a los 70 y tantos años cuando llegó a Cuernavaca en 1998, después de una enfermedad muy latosa; vio su archivo, empezó a meterle mano y renació la pasión.
Vuelta al camino verdadero
Entrevistado con motivo de la presentación, anoche en la Biblioteca de México, del libro Rodrigo Moya: el telescopio interior (Centro de la Imagen, 2014), que se dio a conocer en el pasado Festival Internacional Cervantino, Moya comparte que durante un tiempo dejó de considerarse fotógrafo, error que le hicieron ver su esposa, la diseñadora gráfica Susan Flaherty, y algunos amigos. Me decían que siempre llevaba la cámara y tomaba fotos para la revista especializada de pesca que dirigí 21 años
, explica.
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