Por Manuel Morales
Cuando su familia se estableció en México, procedente de República Dominicana, Alejandro Cartagena, nacido en 1977, era un adolescente que mitigaba el dolor del desarraigo mirando álbumes familiares durante horas. Esa memoria del pasado le sirvió de «anestesia contra el desprendimiento», recuerda. Fue su primer acercamiento a la imagen. Después, por mera curiosidad comenzó a acudir a talleres de fotografía hasta que encontró a un maestro, Gerardo Montiel Klint, que le «hizo despertar» y renunciar al trabajo que tenía entonces en un restaurante familiar en el que hacía de todo. «Detestaba los problemas con los clientes. Eso, mejor lejitos».
La inmersión definitiva en la fotografía llegó cuando entró a trabajar en la Fototeca de Monterrey, la ciudad donde vive. Allí pasó un lustro sobre todo escaneando negativos e imprimiendo fotos. «Fue una formación no buscada del todo, pero efectiva», subraya. Solo de Eugenio Espino-Barros engulló su obra completa, unas 3.000 imágenes a lo largo de un año.