Por Emiliano Balerini Casal
En los años setenta México vivía en medio de la convulsión: la Revolución cubana de 1959, el movimiento estudiantil de 1968, el Halconazo de 1971, la llegada de Luis Echeverría a la Presidencia de la República en 1970 y las guerrillas tanto urbanas como agrarias de la época despertaron una generación de jóvenes que mostraron su descontento en la política y en el arte.
La fotografía no escapó a los cambios de la época. Dos de los primeros esfuerzos que se realizaron formalmente con el objetivo de profesionalizar esta disciplina fueron, primero, la publicación que Siglo XXI Editores hizo de los libros de Pablo Gasparini y Enrique Bostelman sobre la realidad latinoamericana.
Segundo, en esa misma década Paulina Lavista expuso su obra en el Palacio de Bellas Artes, Pedro Meyer tuvo una de sus mayores muestras en el Instituto Nabor Carrillo, Nacho López y Héctor Mendoza se presentaron en la galería José Clemente Orozco y, en 1975, Manuel Álvarez Bravo recibió el Premio Nacional de Arte.
En febrero de 1976, el Salón de la Plástica Mexicana de la Ciudad de México inauguró una magna exposición con la obra de Nacho López, Héctor García, Paulina Lavista, Aníbal Angulo, Walter Reuters, Antonio Reinoso, Enrique Bostelman, Graciela Iturbide, Colette Urbajtel y Manuel Álvarez Bravo.
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