Por Andrea Montes Renaud
Henri Cartier-Bresson vivía con su Leica en la mano, del amanecer al anochecer, siempre a la caza perpetua, capturando con el impulso del que no deja que se le escape una sola imagen, con una manera tan intensa de ver transcurrir la Historia, que sus imágenes no pueden ser otra cosa que grandes testimonios del siglo 20.
Después de 1932, fotografiaba con una cámara 24×36, portable, ligera, con óptica Zeiss: fue así que la cámara se convirtió en una extensión de su ojo. El protagonista de su obra fue siempre el Hombre, “(…) el hombre y su corta vida, frágil y amenazada”, pues al margen de los grandes eventos del mundo, expresar la condición humana en el seno del caótico y contradictorio siglo 20, fue su pulsión.
Del surrealismo a la Guerra Fría, pasando por la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, no hay un Cartier-Bresson, sino muchos. Está el fotógrafo, pero también el cineasta y el pintor. Con el cine mudo aprendió a mirar; con el Cubismo a comunicar sus pensamientos y emociones a través de una organización plástica rigurosa.
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