Iba en su coche. Era una joven madre de 26 años con tres hijos pequeños cuando escuchó en la radio que estaban abiertas las vacantes para estudiar cine. “Lo que más me llamó la atención era que en el primer año se haría un ejercicio con un pañuelo”. La mexicana Graciela Iturbide recogió el pañuelo y desde entonces no ha dejado de agitarlo como una maga haciendo aparecer cosas que no habíamos visto (aunque muchas veces estuvieran ante nuestros ojos).
Y es que su obra fotográfica es como ella. Por eso los rasgos de su creación se han ido revelando a partir de un carácter marcadamente libertario, asediado por una intensa exploración espiritual. “Suelo hacerme ‘limpias’, sobre todo en los pueblos. Pero no soy fanática.”
¿Una limpia? Cuando estás triste o cansada por ejemplo, con hierbas te quitan la energía negativa. La gente en México acude mucho para sanarse.
¿De dónde arranca ese sentido mágico de la realidad? Provengo de una familia muy católica y conservadora pero me tocó ver ciertas contradicciones que me alejaron de la Iglesia. La magia la fui encontrando en el camino, quizá por una conexión con lo prehispánico. Moctezuma cree que Cortés es Quetzalcóatl que regresa porque el calendario azteca así lo indicaba.
¿No será la fotografía una forma de sanación, de limpia? Nunca lo pensé, yo creo que sí. La cámara es un lujo, es una terapia. Es un pretexto para conocer la vida, la cultura, mi país y a mí misma. Incluso hay cosas que he podido hacer porque siento que la cámara me protege. Detrás de ella me es más fácil ver cosas fuertes como la serie sobre la matanza de cabras.
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