Después de casi treinta años no es fácil hablar de mi encuentro con Nacho López. Es como revisitar imágenes que nos retraen a lejanas vivencias; como reconocer una serie de viejas fotografías que ahora aparecen interferidas por un nuevo busilis de ofuscación. La dificultad reside en la mirada que se balancea entre el testimonio de antes y los estratos más recientes que afloran en nuestra memoria como salidos de un palimpsesto. Las añadiduras vienen entre la carga de las pasadas emociones y los criterios del presente con sus nuevos juicios y prejuicios acumulados. Este difícil equilibrio genera una sensación de malestar, a veces de infinita tristeza, porque nos recuerda el tiempo transcurrido, tanto tiempo perdido. Los fragmentos de la memoria se desvanecen como en una disolvencia de diapositivas, se quiebran en la nueva imagen en pedazos rotos como los recuerdos …
Y los recuerdos, ya lo sabíamos, son viejas quebrajas que a veces acarrean consigo un aura de reiterados remordimientos. Estoy hablando como un gastado fotógrafo que examina con lupa las hojas algo amarillentas de los vencidos contactos, reconociendo en las viejas imágenes los lugares donde estuvimos y fotografiamos. Aparece en el horizonte una marcha de viejos campesinos zapatistas en Anenecuilco o en el ingenio azucarero Tierra y Libertad de Chinameca; la armonía de los gestos de las mujeres tejedoras y de sus niños jugando en Chiapas, o los rostros hieráticos, consumidos por el tiempo y la dignidad defendida, como calaveras de piel y huesos de los indios Tarahumaras, los de la Barranca del Cobre, donde el tesoro de la Sierra Madre. Recuerdo las palabras de Juan Rulfo: «Quienes acabaron con los dioses fue esa gente que se llamó ‘gente de razón’ y que hizo las conquistas de estas tierras … después fue el tiempo. La falta de fe. Porque la falta de fe es como la falta de sangre en las venas … «.
Leer texto completo a partir de la pág. 411, en Luna Córnea:
– En Luna Córnea 31. Nacho López (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart, 2007, bilingüe). Agotado