Hacia fines de la década de los sesentas debió haber sido evidente, para cualquier observador atento, que una generación de fotógrafos estaba muy ocupada en extender los límites de su medio, al vencer las limitaciones impuestas de manera externa y violar todas las prohibiciones en relación con la técnica, la forma, el estilo, el tema y el contenido.
Si consideramos el espíritu de esa década, que admitía el flujo, el experimento, la innovación y la iconoclasia en todas las artes, eso prácticamente no sorprendía. Al responder, en mi papel de crítico, a esa imaginería, advertí que gran parte de ella me provocaba y estimulaba de formas muy diversas. Además me di cuenta de que el encuentro con ciertas fotografías me producía molestia e inquietud –no porque fueran desagradables en un sentido puramente sensorial, sino porque alguna relación entre el estilo, la técnica, la forma, el tema, el contenido, el contexto cultural y el medio mismo generaban un estrés emocional e intelectual–. Estas imágenes ocasionaban desconcierto, ansiedad, enojo –sentimientos que yo no asociaba con lo que generalmente se llamaba fotografía «creativa».
Rápidamente se hizo evidente que éste no era un efecto accidental de imágenes fortuitas. Cierto tipo de fotografías –y significativamente muchas de ciertos fotógrafos– causaban estas respuestas de manera sistemática, no sólo en mí sino en los demás. Esto no implicaba ningún juicio de valor (al menos no de mi parte), sino sencillamente una realidad en mis reacciones. Las obras simplemente existían; el problema era conciliar mi respuesta. Por lo general mi solución al problema es buscar las preguntas correctas. En este caso, las preguntas que me confrontaban, desde el punto de vista crítico, eran: ¿Por qué esta imaginería tiene ese efecto? ¿Cómo podría ser descrito y definido este fenómeno?
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– En Luna Córnea 30. Esperpento (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart, 2005, bilingüe). Tercer volumen de la trilogía del Circo, de venta en librerías Educal.