[…] El encanto, la fascinación que ese dignificante espectáculo ejerce sobre una afición de tal manera creciente que los empresarios han juzgado oportuno ofrecerlo por partida doble en dos arenas de la ciudad, es en el fondo el mismo que el cine ejerce sobre una población que sostiene en México seiscientos cincuenta cines dispersos en la república –y en los Estados Unidos diecisiete mil salas que se llenan cada semana con ochenta y cinco millones de espectadores. El box […] recoge en su equilibrio de pesos, en sus limitaciones reglamentarias y honorables, debidas a un marqués, y aun en el hecho de que se ejerza con esa cáscara de las manos que son los guantes, toda una larga tradición de pulcritud y de “honor” que cada vez va menos de acuerdo con la época. Como en los duelos a sable o a pistola, el box se sujeta a reglas y el referee desempeña en el ring el adusto papel de un imprevisto, o distraído, padrino despojado de la levita y la chistera. El cine, en cambio, nos presenta los conflictos tal como ocurren en la vida; entre un villano que puede ser, a la griega, la adversidad abstracta; o a la que te criaste, cualquier desgraciado, o una mujer sin entrañas, o con ellas negras, o un mal hijo con sus padres –o lo que usted quiera–, y un héroe que nos simpatiza. Los espectadores del cine asisten al desarrollo expositivo de una larga historia en diez rollos que está llena de incidentes laterales, pero que fundamentalmente consiste en la lucha que el héroe emprende contra el villano y éste contra aquél, hasta que transcurrida una hora y media, el villano sucumbe ante la fuerza gallarda del héroe, y éste cae en brazos de la heroína, se dan un beso –y la luz se enciende sobre los carrillos satisfechos y manimasticantes de una concurrencia detumescida.
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– En Luna Córnea 27. Lucha Libre (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart, 2004, Bilingüe). Agotado