Luis Buñuel (Calanda, España, 1900 – ciudad de México, 1983), dirigió a lo largo de su vida treinta y dos películas, la primera de ellas «Un perro andaluz» (1929) y la última «Este oscuro objeto del deseo» (1977). Veinte de esas cintas, realizadas entre 1946 y 1965, luego de que el cineasta se estableciera en México, se rodaron en nuestro país y contaron con la colaboración de técnicos y artistas nacionales. Gabriel Figueroa fue el fotógrafo de «Los olvidados» (1950), «Él» (1952), «Nazarín» (1958), «Los ambiciosos» (1959), «La joven» (1960), «El ángel exterminador» (1962) y «Simón del desierto «(1964).
En los años cuarenta del siglo pasado, Luis Buñuel se integró sin mayores pretensiones a una industria fílmica que no daba margen a la renovación, atenida como estaba a las recetas que habían cimentado su éxito comercial. Más allá de la fobia que compartían por el régimen golpista y conservador que en España encabezaba Francisco Franco, pocas cosas tenían en común el director de estirpe surrealista que filmó un ojo rebanado por una navaja y el fotógrafo que regalaba a la vista esculturas de rostros y celajes.
En la filmación de «Nazarín» tuvo lugar el más claro deslinde entre el mago de los filtros y el realizador que desconfiaba de los paisajes hasta en la vida diaria: «Fue […] durante este rodaje cuando escandalicé a Gabriel Figueroa, que me había preparado un encuadre estéticamente irreprochable, con el Popocatépetl al fondo y las inevitables nubes blancas –escribió Buñuel en ‘El último suspiro’–. Lo que hice fue, simplemente, dar media vuelta a la cámara para encuadrar un paisaje trivial, pero que me parecía más verdadero, más próximo. Nunca me ha gustado la belleza cinematográfica prefabricada, que, con frecuencia, hace olvidar lo que la película quiere contar y que, personalmente, no me conmueve.»
Las diferencias no impidieron que Figueroa fuera cómplice de Buñuel en la realización de varias de las películas que son, a la fecha, brotes extraños y provocadores dentro de la cinematografía mexicana. En películas como «Él» -historia de un enfermo de celos-, «El ángel exterminador» -crónica de un enclaustramiento burgués- y la inacabada «Simón del desierto» –relato sobre un anacoreta que es tentado por un demonio con formas de mujer–, el cineasta que se declaraba ‘ateo, gracias a Dios’ opuso a la mala conciencia cristiana la inocencia de la imaginación. «En alguna parte entre el azar y el misterio, se desliza la imaginación, libertad total del hombre’, escribió en sus memorias.| Alfonso Morales
– En Luna Córnea 32. Gabriel Figueroa. Travesías de una mirada (Conaculta, Centro de la Imagen, Fundación Televisa, Editorial RM, 2008). Disponible en librerías Educual.