Archivo por días: 27 mayo 2013

Bajo la lluvia, México y usted se veían así

Nacho López-lluvia

San Isidro el labrador: Quita el agua y pon el Sol…

De nada valieron los ruegos y las oraciones al santo de los aguaceros. Por el contrario, desató su furia, largos años contenida y sus copiosas lágrimas de gigante cayeron sobre la ciudad, hasta convertir sus calles en permanentes espejos asfálticos. Los comerciantes, tras los mostradores, dormían el tedio y soledad a falta de compradores. Los poetas encontraron temas para sus versos y cantaron la melancolía de las tardes de lluvia. Las abuelitas exclamaron: “¡El cordonazo de San Francisco!”  Los bomberos trabajaron horas extras con las inundaciones. Los carteros dijeron horrores de San Isidro y también de su oficio. Y las gentes –usted, nosotros–, hicimos el ridículo por las mojadas avenidas de la metrópoli y todo lo impermeable y lo que no lo era, salió a relucir en esos días, sombrillas, paraguas, gabardinas, abrigos, sombreros, periódicos, mangas de hule. Todo con tal de cubrirse del agua inclemente. Era México pasado por agua. Era también, en sus habitantes, el ridículo. Y si no, vea usted estas fotos de Nacho López.

Fragmento del reportaje gráfico “Bajo la lluvia, México y usted se veían así”, publicado en la revista Siempre!, núm. 124, 9 de noviembre de 1955.

– En Luna Córnea 31. Nacho López (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart, 2007, bilingüe). Agotado

La dictadura del espectador, por Cuauhtémoc Medina

Jusidman

La seducción requiere de la ocultación; la obscenidad es, en cambio, la revelación sin etapas intermedias, la transparencia sobreexpuesta, la desnudez que se entrega a costa de la expectativa. Pero lo obsceno también tiene sus sutilezas. Por ejemplo, además de “enseñar carne”, la pornografía requiere de un código de significación al descubierto: La pornografía (me limito a referirme a la pornografía convencional) no funcionaría si la modelo no aparentara derretirse de deseo o placer ante la cámara. No sería posible, inclusive cuando su desnudez, física y psicológica, es abiertamente imperativa, y dice: “Deseo a pesar de que no te deseo; tú también desea al margen de tu circunstancia”.

Esa misma condición irónica de la expresividad obscena la explotan los payasos. Ahí están las reglas: el payaso provocando placer gracias a su constante fracaso, y teniendo que ostentar, a despecho de su suerte, una emoción pintada en la cara, del todo transparente, convencional y sin relación posible con lo que el actor pudiera estar sintiendo. Y aún cuando no seamos caritativos con él, a veces no logramos evitar la empatía. Pienso precisamente en Charlot. El clown de Chaplin tiene éxito porque detrás de nuestro reír de su tristeza, nos complacemos en vernos retratados como felizmente explotados, felizmente desgraciados, felizmente miserables. De modo que aquí estamos ante una emoción que surge de la manera más embrollada: aparece representada por medio de un complicado juego de espejos, que se efectúa en el espectador no a raíz de que simpatizan con el actor, sino porque simpatizan consigo mismo, a sabiendas de que lo que tiene enfrente es demasiada representación.

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La dictadura del espectador

– En Luna Córnea 29. Maravilla (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart, 2006). Disponible en librerías Educal